Capítulo uno
No entiendo por qué tienen que pasarme a mí estas cosas. De verdad que no lo sé. Mi amiga Eugenia siempre me dice que tenemos que echarle la culpa al karma y después seguir con nuestras vidas tan ricamente, porque si intentamos analizar con profundidad los motivos por los que nos pasan ciertas cosas, acabaríamos pegándonos un tiro.
Y tiene razón.
Por eso he convertido la frase «échale la culpa al karma» en mi mantra personal, y voy murmurándola como una loca, al ritmo de Michael Jackson, mientras quito el polvo de las estanterías de mi tienda, Cosas necesarias, nombre que le puse en honor a Stephen King.
Claro que yo no soy como el señor Gaunt, ni voy provocando el caos allí por donde paso.
Mi tienda no es muy grande, pero me encanta. Tiene un aire de viejo muy retro, con las paredes pintadas de color blanco sucio, molduras en el techo, estantes de madera de color oscuro, y una lámpara de araña, de hierro negro, de esas que imitan las que antiguamente se usaban con velas en lugar de bombillas. La puerta de entrada y el pequeño escaparate es del mismo estilo, y todo es original, de cuando se inauguró la tienda en los años cuarenta; excepto el letrero que hay encima de la puerta, que tuve que encargar e insistí en que fuera parecido al que había originalmente, y que podía verse claramente en una foto de la época que encontré en el archivo municipal.